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Educar para la trascendencia

Marzo 1, 2024

Artículo de Ignacio López, Dr. en Filosofía por la Universidad Católica Argentina y Master of Arts por la University of Chester*.

        La trascendencia es un concepto filosófico que hace referencia a un más allá, a una realidad que no se reduce ni se explica con la lógica y las características del más acá, es decir, de lo visible y concreto: el amor es mucho más que una reacción química, de la misma manera que la vocación excede al éxito profesional y la buena amistad a la convergencia de intereses entre dos personas. Este concepto aplica a todos los ámbitos de la vida: podemos trascender un paradigma cultural, un mandato familiar, un propósito social, o incluso la propia vida. En todos estos casos, la trascendencia hace referencia a la actitud o acción concreta de no quedarse en la superficialidad de lo palpable, concreto e inmediato.


​Cuando aplicamos estos conceptos a la educación vemos que muchas veces nuestras propuestas educativas están mucho más orientadas al más acá que al más allá. En efecto, confirmamos esta idea cada vez que pensamos y diseñamos la escuela como una preparación para los estudios universitarios, la inserción en el mercado laboral o la simple integración del individuo a la vida en sociedad. Vale decir que no hay nada de malo en que la escuela brinde herramientas a sus estudiantes para todos estos aspectos importantes de la vida. La pregunta es si este propósito agota toda la razón de ser de la escuela, es decir, si la educación consiste únicamente en este tipo de preparación para las cuestiones más concretas e inmediatas de esta vida.


​¿Cuál es el verdadero fin de la educación? Al menos en el plano de la teoría y los ideales, el sentido de la educación es la formación integral de la persona, el despliegue de todo su potencial. La escuela, por tanto, tiene como principal objetivo que cada persona desarrolle y sea capaz de poner al servicio de los demás todas sus potencialidades. Naturalmente, la identificación de estas potencialidades va a depender de la visión antropológica que esté detrás de nuestra propuesta educativa. Según el personalismo más completo, el ser humano es mucho más que un animal social y productivo, un homo laborans.


​En efecto, además de su biología y su sociabilidad, el ser humano posee una espiritualidad, es decir, una dimensión que le permite conectar consigo mismo y con Dios de una forma completamente distinta al resto de los vivientes de este mundo. Si reconocemos esta dimensión y nuestra propuesta educativa pretende ser auténticamente integral, entonces debemos acompañar el desarrollo de la espiritualidad de la persona humana. Es precisamente este acompañamiento lo que se conoce como educación para la trascendencia, pues es lo que permite ir más allá de lo inmediato y concreto para ordenar la propia vida a algo más grande y que nos trasciende. Pero, ¿en qué consiste en concreto el desarrollo de esta dimensión de la persona? ¿Cómo se educa en y para la trascendencia?


​Si la trascendencia hace referencia a una superación de lo concreto e inmediato, en primer lugar debemos decir que este tipo de formación busca ayudar a que los estudiantes descubran el sentido y el para qué de sus vidas. Como bien enseña Viktor Frankl, fundador de la logoterapia, la capacidad de descubrir el sentido profundo de nuestra existencia es el principal motor del autodesarrollo y la superación de los desafíos propios de esta vida. El trabajo y la vida en sociedad son importantes, pero la vida humana no se reduce a ellos, y la respuesta a la pregunta por el sentido profundo de la vida no brota de la convivencia o la mera productividad laboral. De acá el peligro de educar exclusivamente para el éxito profesional. Por lo tanto, formar para la trascendencia consiste, por un lado, en enseñar a poner en perspectiva la propia vida, es decir, en mostrar cómo ordenar lo concreto y cotidiano del día a día hacia un propósito más profundo, capaz de darle densidad y sentido a la propia vida.


​En segundo lugar, educar para la trascendencia también implica brindar herramientas para aprender a ir más allá de la propia vida. En efecto, en tiempos de fuertes individualismos y de propuestas de autodesarrollo solipsistas, en donde parece que la plenitud de vida se reduce a una buena relación con uno mismo, capaz de ser alcanzada de forma autosuficiente, es fundamental enseñar a abrirse a la existencia y el valor del otro, al bien común y a los propósitos que exceden la propia vida.


​En efecto, es en la entrega solidaria y la puesta en común de los propios dones en donde la persona se conoce realmente a sí misma y se encamina al desarrollo de su mejor versión. Somos seres relacionales, abiertos a la interacción con el ambiente, con los demás y con Dios. Pero el desarrollo de toda esta dimensión personal no brota espontánea y automáticamente. Por eso, es necesario acompañar a nuestros estudiantes en el descubrimiento y el sano desarrollo de esta apertura. Paradójicamente, somos más nosotros mismos cuando nos abrimos y nos ponemos sanamente en relación con los demás.


​Ciertamente, integrar la formación para la trascendencia en nuestras escuelas es un gran desafío, no sólo por las tendencias culturales que buscan reducir la educación a la preparación para el trabajo, sino también porque fácilmente podemos creer que no es algo que nos atañe como docentes. De hecho, muchas veces se confunde la educación para la trascendencia con la formación religiosa, lo cual alimenta la idea de que el desarrollo de esta dimensión de la persona corresponde exclusivamente al departamento de pastoral (si es que nuestra escuela cuenta con uno) y/o a las disciplinas más próximas al mundo religioso.


​Esta suerte de reduccionismo representa un peligro no menor, pues no sólo desaprovecha múltiples oportunidades dentro de la vida escolar para desarrollar la apertura a la trascendencia, sino que también prolifera una visión muy fragmentada y desarticulada del saber. Presentar la física, la química o cualquier otra disciplina empírica como totalmente desconectada de la trascendencia no hace más que fortalecer la idea de una realidad desintegrada y compartimentada, en donde las cosas parecen no tener relación ni un sentido integrador último.


​Para evitar este peligroso reduccionismo es imprescindible cultivar la espiritualidad, lo cual implica una progresiva adquisición de diversas herramientas que permiten al estudiante no sólo conocerse mejor, sino también comprenderse como perteneciente y abierto a una realidad más grande y profunda que su propia vida. El desarrollo de esta dimensión de la persona incluye capacidades como la reflexividad profunda, la introspección, la gratuidad, la integración del saber y todas aquellas herramientas que ayudan a la persona a percibir el sentido último que une y da sentido a la multiplicidad de cosas que conforman la realidad.


​Planteado de esta manera se percibe mucho más claramente como el desarrollo de la espiritualidad y la apertura a la trascendencia puede trabajarse desde cualquier disciplina dentro de la vida escolar, siempre y cuando tengamos este horizonte en nuestras planificaciones. Así, por ejemplo, el pensamiento matemático puede ser una excelente herramienta para comprender mejor la complejidad del mundo y la armónica relación que existe entre las cosas, de la misma manera que la práctica del deporte es una excelente ocasión para hacer la gratificante experiencia de ponerse al servicio de algo más que el propio yo, como puede ser la conformación de un equipo de competición.


​Por lo tanto, es fundamental que tanto desde las diversas disciplinas como desde los distintos ámbitos de la vida escolar se busque desarrollar la apertura a la trascendencia, es decir, la búsqueda de un principio último que integre y dé sentido a los distintos saberes y, a partir de allí, a la propia vida. En efecto, la exposición de una verdad profunda y compleja, compuesta de diversos saberes es traspolable a una recta y completa comprensión de la persona humana, que es una realidad también profunda y compleja.


​Si toda nuestra propuesta educativa tiene como horizonte la formación para la trascendencia, entonces podremos, como comunidad educativa, desarrollar anticuerpos contra el aplanamiento, la fragmentación del saber y la reducción de la vida humana a sus aspectos más concretos y superficiales, como puede ser, por ejemplo, la productividad y el desarrollo profesional. En última instancia, la potencia de nuestra propuesta educativa y su impacto en el desarrollo integral de nuestros estudiantes dependerá de la profundidad de nuestra mirada de la persona humana y su natural apertura a la trascendencia.





*Ignacio López es Profesor, Licenciado y Doctor en Filosofía (UCA). Magíster en Estudios Religiosos (University of Chester - UK). También realizó estudios de Teología en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. Actualmente es anfitrión del podcast Pare, mire, escuche y se desempeña como docente, investigador y desarrollador de contenido online. Autor de los libros Peregrinar en el amor ordenado: bienes creados y felicidad en Agustín de Hipona (2016), Plenitud de vida: reflexiones para potenciar el sentido de tu día a día (2021), Ama y haz lo que quieras: elementos para el estudio del amor en Agustín de Hipona (2022) y Religious education: an opportunity for spiritual development (2022).