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Crisis de la unión en la era de la conectividad

Una de las grandes paradojas del siglo XXI

Agosto 2, 2023

Artículo de Ignacio López, Dr. en Filosofía por la Universidad Católica Argentina y Master of Arts por la University of Chester. 

Odoo • Texto e imagen

Debemos enseñarles a nuestros estudiantes que  construir relaciones sanas, estables y duraderas es posible y depende, en gran medida, de ellos.

 Ignacio López 

      En 1938, la Universidad de Harvard puso en marcha la investigación más grande de la historia acerca de la felicidad humana: reunieron 724 adolescentes de las más variadas procedencias socioculturales y estudiaron muy de cerca su crecimiento durante, literalmente, toda su vida. De hecho, luego de 85 años la investigación sigue vigente, focalizado ahora en los hijos e incluso nietos de aquella primera generación estudiada. ¿Cuál fue el principal descubrimiento de este estudio? Muy simple: la felicidad del ser humano depende principalmente de la calidad de los vínculos interpersonales. Las relaciones sanas, estables y duraderas son la clave de la felicidad.

        Si bien esta conclusión no representa una absoluta novedad para la inmensa mayoría de las personas, actualmente estamos transitando una profunda crisis de la unión, sobre todo en lo que respecta a las relaciones afectivas, algo claramente reflejado en los aumentos exponenciales de divorcios (ej.: 5 de 10 en Argentina, 6 de 10 en España, 7 de 10 en Portugal) y de relaciones violentas (entre el 2013 y el 2018 en Argentina se registraron casi 600.000 denuncias por violencia contra la mujer).

        Esta realidad es aún más desconcertante si se tienen en cuenta las enormes ventajas con las que cuentan las nuevas generaciones respecto del pasado al momento de embarcarse en una relación afectiva. Comprensiones del varón y de la mujer mucho menos estereotipadas, múltiples vías nuevas de comunicación (redes sociales, Whatsapp, videollamada), menor presión social, -y, por ende, mayor libertad-, al momento de elegir cuándo y con quién iniciar una relación de pareja, entre muchas otras cosas más. ¿Por qué, entonces, hoy en día parece ser particularmente difícil desarrollar vínculos afectivos sanos, estables y felices? ¿Cómo se explica esta paradoja?

        Una posible respuesta consiste en naturalizar lo que suelen llamarse relaciones tóxicas. Esta actitud la vemos reflejada en expresiones del tipo: “si querés una relación de pareja, tenés que asumir que la otra persona será celosa, controladora, manipuladora, sumamente volátil y con una inevitable propensión a la infidelidad; todos los varones / todas las mujeres son así”. Falso; peligrosamente falso. ¿Por qué? Porque a la par de todos estos alarmantes indicadores, que no hacen otra cosa que alimentar la idea de que las relaciones afectivas de calidad son imposibles, vemos personas reales, de carne y hueso, que lo logran, es decir, que consiguen desarrollar relaciones auténticamente plenas.

        ¿Cómo lo hacen? ¿Son personas ridículamente afortunadas que han encontrado su famosa media naranja, aquella persona con quien existe una compatibilidad tan perfecta que todo en la relación fluye armónica y ordenadamente siempre con absoluta espontaneidad? ¿O, acaso, son personas tan profundamente enamoradas que logran perpetuar en el tiempo la inexplicable sensación del famoso flechazo inicial, cuando el descubrimiento del otro produce una sensación de placer y bienestar tan grande que prácticamente no es posible pensar o hacer otra cosa que no esté vinculado con él o ella? Mitos, mitos y más mitos.

        La realidad es que si bien todos sabemos que nuestra felicidad consiste, en gran medida, en tener vínculos de calidad, también nos consta que desarrollar este tipo de vínculos lleva mucho trabajo. Por lo tanto, tener un buen noviazgo y, luego, una vida matrimonial sana, estable y feliz, -lo cual es absolutamente posible-, no depende principalmente de las circunstancias ni de encontrar la persona ideal, con quien tengamos una compatibilidad total, sino que depende, fundamentalmente, de la calidad de los actos de amor libres y conscientes sobre los cuales dicha relación se vaya desarrollando.

        En efecto, además de poseer una dimensión pasiva (a fin de cuentas, no elegimos cuándo ni de quién enamorarnos), el amor es una capacidad que se educa y se desarrolla a través de la repetición de actos. Es probable que el olvido de esta cuestión explique buena parte de la crisis de la unión en la actualidad, en donde tendemos a pensar que el éxito en las relaciones afectivas depende de la suerte o de alguna otra causa externa. El amor posee toda una dimensión activa que hay que educar; el amor también se construye. La pregunta es: ¿cómo? 

        En esta oportunidad, brindamos cuatro herramientas prácticas:

1. Ideales altos

En tiempos de conformismo y superficialidad es muy importante incentivar la búsqueda de ideales altos, tanto en lo que respecta al desarrollo personal como a las expectativas que se tienen al momento de entrar en una relación afectiva. Una relación afectiva de calidad no depende exclusivamente de que no exista agresión física o infidelidad, sino que también debe traccionar en positivo, ayudando a quienes conforman dicha relación a ser cada día mejores.

2. Modelos de vida

        Es normal y esperable que la crisis de la unión analizada más arriba genere miedo y desconfianza en quienes están discerniendo si quieren involucrarse (y cuánto poner de sí) en una incipiente relación afectiva. Por eso, es fundamental ayudar a las nuevas generaciones a tomar contacto con ejemplos reales de parejas que dan testimonio de noviazgos y matrimonios sanos y felices. ¡Existen personas de carne y hueso que lo van logrando!

        Nadie ama lo que no conoce: el amor pleno es siempre lúcido, es decir, capaz de reconocer la verdad profunda de las cosas. Por eso, parte del desarrollo de la capacidad de amar consiste en descubrirse a uno mismo y en dedicar tiempo de calidad a profundizar en el conocimiento del otro. Aprender a reconocer, tanto en uno mismo como en el otro, los rasgos del temperamento, la jerarquía de prioridades vitales (qué queremos hacer realmente con nuestra vida) y los distintos lenguajes del amor, los cuales nos enseñan que no todos perciben y expresan el amor de la misma manera, son simplemente algunas de las cuestiones que poco a poco hay que ir clarificando para que el amor sea cada vez más sano y lúcido.

3. Actos libres y cotidianos

El amor se juega en las acciones concretas del día a día. El rumbo y los ideales de la vida son muy importantes, pero quedan en meros sueños si no se materializan en actos concretos que nos acerquen cada día un poco más a ese ideal. Las relaciones de calidad no se construyen con grandes hazañas, tan magníficas como excepcionales, sino con pequeños actos libres y concretos, que cotidianamente alimentan y reafirman el amor que le da sustento a ese vínculo.

        Las auténticas relaciones de calidad demandan mucho tiempo, esfuerzo y dedicación, pues implican mucho más que la mera ausencia de conflictos. Por eso, para ayudar a las nuevas generaciones a desarrollar este tipo de relaciones debemos hacer más que brindar herramientas para evitar relaciones tóxicas o defenderse de las agresiones. Para incentivar y acompañar a nuestros alumnos en el desarrollo de relaciones de calidad, como docentes, podemos y debemos enseñarles que la felicidad humana está intrínsecamente ligada a la calidad de los vínculos interpersonales, y que construir relaciones sanas, estables y duraderas es posible y depende, en gran medida, de ellos.

        Tenemos la valiosísima oportunidad de influir positivamente en sus vidas y contribuir al crecimiento de su felicidad y bienestar emocional, invitándolos a vínculos que no sólo no son nocivos sino que contribuyen fuertemente al desarrollo pleno e integral de su persona. ¿Nos animamos a asumir esta misión?