Blog
Ciudadanos 4.0
julio 5, 2022
por María José Senosiain
“(…) en el siglo XXI estamos inundados de una cantidad enorme
de información, y ni siquiera los censores intentan impedirla.
En cambio, están atareados difundiendo desinformación
o distrayéndonos con cosas sin importancia.”
Yuval Noah Harari, en “21 Lecciones para el Siglo XXI” - 2018
Desde hace ya varios años asistimos a cambios sociales, culturales, tecnológicos (entre otros) cada vez más frecuentes. El impacto que estos provocan deja la sensación de que cada mañana al despertar, mucho del mundo que conocíamos, ya no será igual. De manera que hemos desarrollado (algunos más, algunos menos) cierta capacidad de adaptación a los cambios vertiginosos.
En ese adaptarnos, hay fenómenos, procesos y tecnologías que incorporamos sin cuestionarnos su porqué o para qué… Buscadores online, sincronización de dispositivos, perfiles virtuales, correctores y traductores, etc. Que el ser humano desarrolle la cultura para evolucionar y continuar su vida en la tierra puede que nos haya llevado a incorporar prácticas que, en verdad, no sabemos cómo colaboran con ese propósito.
Si bien es posible googlear la razón de ser de cada una de esas innovaciones tecnológicas, la reflexión sobre la propia experiencia de usuario corre por nuestra cuenta. Y también es nuestra la tarea de ayudar y acompañar la reflexión de otros, en especial, de los más jóvenes. Sin importar cuánta información sea la que niños y adolescentes encuentren en internet, a la hora de dar sentido a los resultados de búsqueda, las reflexiones y conversaciones con sus padres y docentes revisten de un poder inigualable.
El mayor desafío entonces es para quienes de alguna manera ejercen ese rol de educadores, pues acompañar en la reflexión de un hijo/estudiante implica -al menos- conocer del tema que lo convoca, de comprender el fenómeno al que asiste para, luego del propio análisis como padres y/o educadores, poder ser esa opción válida y alternativa de diálogo genuino.
Es decir, la necesidad de reflexión que conlleva la incorporación de ciertas prácticas y/o tecnologías no es solo para ser usuarios conscientes y responsables… Más aún, pasa por poder ejercer nuestra tarea educadora de la forma más completa posible. Se trata de poder estar de verdad en las conversaciones, de convertirnos en ese otro que no sólo quiere escuchar lo que se le plantea, sino que entiende y tiene una opinión formada al respecto.
Que la sabiduría de la vida vivida sea acompañada del conocimiento fundamental de las cosas que inundan las pantallas es un pedido silencioso de nuestros jóvenes y niños. El deseo que debería impulsarnos es el de poder navegar con ellos cuando sea necesario y cuando no, haber desarrollado un vínculo basado en la confianza y la información certera que les permita hacer de esa experiencia, una práctica responsable.
El desafío de aprender para acompañar
Constituirse en ciudadanos de un mundo cambiante, hiperconectado, saturado de información y hambriento de reflexiones profundas nos interpela en un doble sentido. Por un lado nos lleva a revisar nuestras formas de vinculación (real y virtual), y por otro, que nos permite elegir y diseñar esa participación.
Entonces, los desafíos que nuestros jóvenes atraviesan en la cotidianeidad del estar aún construyéndose en su ser, se vuelven nuestros desafíos… y así, paradójicamente, nos encontramos todos con las mismas preguntas: ¿Qué elijo? ¿Qué conviene? ¿Qué es adecuado?
Y allí esa necesidad se vuelve un riesgo… pues si no hay reflexión de por medio, esas preguntas hallan respuestas en las versiones que alguien más construyó y dejó a la mano para ser consumidas, adquiridas e internalizadas acríticamente.
La necesidad de reflexión en torno al cambio en las formas de participación y construcción de la propia personalidad ya tiene el tinte de urgente, pues no hacerlo deja el lugar para que lo llene algo más… Y como educadores dejar pasar esa instancia es invitar a los más jóvenes a realizar un examen sin haberles explicado qué había en juego: ellos mismos.