Blog

El asombro en la era de los estímulos

Julio 7, 2023

Artículo de Ignacio López, Dr. en Filosofía por la Universidad Católica Argentina y Master of Arts por la University of Chester. 

Odoo • Texto e imagen

La cuestión del asombro y la atención no depende tanto de la intensidad de los estímulos sino de la capacidad de captar y disfrutar del valor auténtico de las cosas".

 Ignacio López 

        Basta con percatarnos de cuán fácilmente recordamos aquellas enseñanzas que nos llamaron poderosamente la atención para reconocer que el asombro potencia notablemente el aprendizaje. No obstante, es ciertamente curioso que en esta época de hiperconectividad y estímulos supernormales, en donde la tecnología puede fácilmente producir efectos mucho más intensos y llamativos que los generados por el contacto directo con lo natural, sea tan desafiante suscitar en nuestros alumnos un asombro duradero y genuino al momento de aprender. Así todo, esto no debería sorprendernos, pues el asombro y la atención no dependen ni exclusiva ni primeramente de la intensidad de los estímulos recibidos, frente a los cuales tenemos una increíble capacidad de adaptación.

        En efecto, sabemos que un uso abusivo y descontrolado de las pantallas y de la tecnología en general no hace otra cosa que mover los parámetros de normalidad de nuestra capacidad de asombro y percepción, naturalizando estímulos que, por su intensidad, supuestamente deberían siempre llamarnos fuertemente la atención. Es lo mismo que nos sucede cuando llegamos a un lugar en donde nos parece que la música está muy fuerte pero que, al cabo de un rato, simplemente elevamos nuestro tono de voz y nos acostumbramos a ese nivel de estímulo auditivo. Nos adaptamos, y lo que al comienzo era llamativo, rápidamente se vuelve normal y cotidiano.

        El problema es que el acostumbramiento a esta sobreestimulación termina generando que escuchemos menos, no más: cuando salimos del cine o de un lugar muy ruidoso al principio nos cuesta reparar en sonidos sutiles como el canto de los pájaros o las hojas de los árboles, pues perdimos momentáneamente la capacidad de sentirnos interpelados por el asombro valor de estas pequeñas cosas. Por lo tanto, la cuestión del asombro y la atención no depende tanto de la intensidad de los estímulos sino de la capacidad de captar y disfrutar del valor auténtico de las cosas. A fin de cuentas, la realidad es, de por sí, asombrosa; la pregunta es si nosotros y nuestros alumnos nos percatamos de ello.

        Esta es la razón por la cual hoy en día es necesario re-educar la capacidad de asombro. En esta línea, ya en el año 2012* Benedicto XVI veía necesario promover lo que él llama una pedagogía del deseo, es decir, una educación que fomente el desarrollo de la capacidad de amar correctamente. Para ello, nos recomienda dos caminos:

  1. Aprender o re-aprender el gusto de las alegrías auténticas de la vida.

  2. Aprender a no conformarse nunca con lo que se ha alcanzado.

        Siguiendo esta recomendación, en primer lugar podemos fomentar el asombro recuperando la sensibilidad por las pequeñas cosas de la vida, es decir, afinando la capacidad de percepción de nuestros alumnos. Para ello, el único camino es el contacto recurrente con la realidad. Hoy más que nunca nuestros alumnos necesitan volver a descubrir y vivenciar las auténticas alegrías de la vida: la familia, el día a día de las amistades, el gusto por el conocimiento, el contacto con la naturaleza, la gratuidad de la existencia. Como docentes debemos desafiar la naturalización y banalización de lo simple y natural, mostrando y experimentando regularmente con nuestros alumnos el increíble valor de estas realidades, tan cotidianas y sutiles como asombrosas y enriquecedoras.

        En segundo lugar, la capacidad de asombro también se desarrolla a través de la búsqueda de grandes ideales. Solo quien se siente llamado a más mantiene vivo el entusiasmo y la inquietud por el aprendizaje de nuevos contenidos y habilidades. Por eso, debemos ayudar a nuestros alumnos a superar el aplanamiento y la relativización de la vida proponiendoles metas y objetivos realizables, pero elevados y desafiantes. Para esto, claro está, es necesario conocer muy bien a nuestros alumnos, pues eso nos permitirá descubrir qué fibra de cada uno de ellos debemos estimular para que salgan de su situación de confort, de lo monótonamente predecible y esperable, se sientan asombrosamente interpelados por nuevos aprendizajes y se embarquen en la búsqueda de su mejor versión.

        Ambos caminos nos exigen que coloquemos al alumno en el centro de nuestras propuestas y de sus procesos de aprendizaje. Esto significa atender a su realidad concreta y hacerlos partícipes responsables de su propio desarrollo. Debemos lograr que nuestros alumnos quieran aprender, no por una imposición social o cultural, sino porque todo aprendizaje implica un crecimiento, un desarrollo de lo propio, un paso más hacia la consecución de una vida plena y feliz.

        El círculo generado por este proceso es absolutamente virtuoso: quien descubre el valor del aprendizaje no puede más que asombrarse de sí mismo y de todo lo que lo rodea, lo cual lo hace volver con más entusiasmo y atención sobre ese mismo proceso de crecimiento y autodesarrollo. Recuperemos, entonces, el contacto genuino con la realidad, la sensibilidad que nos permite descubrir el valor de las pequeñas cosas de la vida, el asombro originario que profundiza nuestra sed de aprendizaje y nos hace aspirar siempre a más.


*Benedicto XVI, Catequesis 7-11-2012, El año de la fe. El deseo de Dios